El material elegido para la construcción de la flauta determinará la sonoridad del instrumento e influirá en otros aspectos como, por ejemplo, el peso final. Así, una flauta de alpaca pesa unos 560 g, una de plata 680 g y una de oro se sitúa en torno a los 980 g.
Cuando se dispone del tubo, se practican los orificios y después se sueldan las chimeneas con estaño. Los agujeros se hacen inicialmente más pequeños de la cuenta. Después, a través de ellos se hacen salir al exterior unas bolas de acero soldadas a un eje metálico que el constructor inserta previamente en el cuerpo de la flauta. Este eje, que luego se retira, permite garantizar el diámetro correcto de los orificios. Mediante una fresa, se perforan también los agujeros laterales.
Las llaves se obtienen a partir de placas planas. Los platos se prensan y se realiza un minucioso ajuste de todas las piezas, que finalmente se sueldan. A continuación, las llaves se montan y se ajustan. El conjunto está listo para ser pulido. En total, contando corchos, tornillos, tampones, manguitos, etc., el constructor trabaja con más de 150 piezas.
El acabado de las flautas difiere según los modelos, aunque quizás el más frecuente sea el plateado, que se obtiene mediante electrólisis. El instrumento puede montarse, excepto los tampones y resortes, y se regula de nuevo, dado que el baño ha hecho aumentar ligeramente el espesor del conjunto. Acto seguido, se procede a la colocación de los tampones, piezas de fieltro y cartón recubiertas de tripa. Esta operación determinará el correcto funcionamiento de la flauta.
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